sábado, 12 de abril de 2014

Estética II - 9/04/2014

 
Oír sonidos que son simplemente sonidos hace que la mente teorizadora comience inmediatamente a teorizar, y los encuentros con la naturaleza despiertan constantemente las emociones de los seres humanos. ¿Una montaña no nos produce un involuntario sentimiento de asombro? ¿Unas nutrias en un
riachuelo, un sentimiento de alborozo? ¿Una noche en el bosque, un sentimiento de miedo? ¿No es cierto que la lluvia al caer y la niebla al levantarse sugieren el amor que une a la tierra y al cielo? ¿No es repugnante la carne en descomposición? ¿No nos provoca dolor la muerte de un ser querido? ¿Y hay un héroe más grande que la más humilde planta cuando crece? ¿Qué hay más furioso que el destello del relámpago y el sonido del trueno? Estas réplicas a la naturaleza son mías, y no se
corresponden necesariamente con las de otro. La emoción se produce en la persona que la siente. Y los sonidos, cuando se les permite ser ellos mismos, no requieren que quienes los oigan lo hagan insensiblemente. La capacidad de respuesta implica lo contrario.

Nueva música: nueva actitud al escuchar. No un intento de comprender algo
que se dice, pues si algo se dijera se daría a los sonidos forma de palabras. Simplemente
prestar atención a la actividad de los sonidos.

A menudo se cita a los románticos de ser "emocionales", de dejarse llevar por las pasiones que los rodean. Sin embargo, no se alejan demasiado los contemporaneos del siglo XX de ellos. Son como niños con un juguete nuevo, intentando experimentar con él de todas las formas posibles. Suele existir una gran incomprensión hacia los artistas de esta época, pero se podría entender si nos fijamos en que consistió en un segundo "Siglo de las luces", repleto de innovaciones. ¿Quién podría atarse a las formas clásicas del pasado cuando están rodeados de avances científicos que abren tantas puertas al mismo tiempo. A esto se le suma además un nuevo concepto, el de la absoluta liberación del artista. El ser capaz de hacer prácticamente cualquier cosa en un escenario habría sido impensable sólo hace cincuenta años antes. Y cuando tanto las barreras tecnológicas y representativas han sido eliminadas, ¿cómo podríamos llamar "rara" a este tipo de música? En todo caso sería normal: normal, teniendo en cuenta la época que con gusto vivieron.

Quién sabe. Igual Bach, si hubiese podido, habría sido un rockero salvaje. Con corsé. El corsé habría sido indispensable.

martes, 4 de marzo de 2014

Estética: 5/03/2014



Lo único que nos interesa es el hecho de que la música no puede cumplir sino como mímesis de la vida interior la función que le han asignado las circunstancias histórico-sociales de toda cultura incipiente. La tarea de la filosofía del arte consiste en descubrir las co­nexiones categoriales que se imponen en esa situación. [...] por el lado objetivo se tienen determi­nadas vibraciones que es posible identificar matemáticamente con exactitud, y por el lado subjetivo, en cambio, percepciones auditivas e impresiones que las acompañan, que están vinculadas con ellas. Esta heterogeneidad inmediata es sin duda un hecho, manifiesto del modo más llamativo en las acciones directamente fisiológicas del mundo externo sobre los hombres. [...] Si el color verde aparece como reacción fisiológicamente necesaria a una determinada vibración, ¿ qué otra cosa puede ser sino la refi­guración de este fenómeno en el alma humana? 
Se podría decir que, desde que existe una concepción del "arte", también nace una inquietud imposible sin resolver: ¿en qué consiste exactamente? ¿Es un impulso nacido del alma, que tiende a representar lo que hay a su alrededor? ¿O al contrario la inspiración viene de fuera, del exterior, hacia adentro? Quizá uno de los factores más a tener en cuenta es el que cita Lukacs: es una mimetización de la vida interior adaptada a sus circunstancias contemporáneas. Es la combinación entre lo exterior y lo interior, la manifestación de esa relación y los sentimientos que provocan a su vez, que se plasman en la obra.

viernes, 28 de febrero de 2014

Audiciones


"I hear the water dreaming" es una de las muchas piezas que compone Takemitsu referenciando al agua. Compuesta en 1987, la flauta evoca el sakuhachi, el instrumento folclórico japonés.

martes, 18 de febrero de 2014

Estética II - 19/02/2014


"¡No! ¡¡OTRO ALEMÁN NO!! ¡¡¡¡¡ARRRRRGGGH!!!!!!"
Iñigo del Valle, momentos antes de estampar el teclado de su ordenador contra la pared más cercana 
"¿Qué es verdaderamente la cosa en la medida en que es una cosa? Cuando preguntamos de esta manera pretendemos conocer el ser-cosa (la coseidad) de la cosa. Se trata de captar el carácter de cosa de la cosa. A este fin tenemos que conocer el círculo al que pertenecen todos los entes a los que desde hace tiempo damos el nombre de cosa."
Martin Heidegger, filosofo alemán emperifollado

"...y mientras me pinchaba, me enseñó una cosa: que una rosa es una rosa es una rosa"
Mecano, filósofa ochentera

Tras intentar profundizar en el texto, no conseguirlo, beberme cuatro copas de vodka (o botellas, no me acuerdo muy bien) para intentar entrar en sintonía con él, no volverlo a conseguir y volver a estampar lo que quedaba del teclado contra otra pared... he decidido realizar mi comentario sobre una única frase, que me ha parecido lo suficientemente simple para mi cerebro de mosquito como para poder analizarla:

"Previamente habrá que dejar de lado toda concepción y enunciado que pueda interponerse entre la cosa y nosotros. Sólo entonces podremos abandonarnos en manos de la presencia imperturbada de la cosa."
Total: que dejemos de dar por saco con lo de que "esto suena raro" o "esto es feo". Que abandonemos toda idea preconcebida que tengamos del arte y lo contemplemos desde su forma más pura. En teoría es como la gente que "entiende" de arte moderno es capaz de ver la obra desde una visión artística, intentando vislumbrar lo que hay más allá de lo estético. 

Sin embargo, para muestra de que esto es una falacia, video al canto:


Resumido: un programa pide a unos niños de 2 y 3 años que pinten un cuadro, y acto seguido lo cuelgan en Arco, la exposición de arte contemporáneo más famosa de España. El resultado es poco menos que hilarante (mención especial al buen hombre que dice ver una fuerte represión sexual representada en el lienzo). Esto me lleva a la pregunta: si no podemos juzgar una obra de arte ni por su estética ni por lo metafórico, ¿por qué podemos juzgarla?  Lo más probable es que la respuesta sea que no podemos juzgar... pero entonces, si no hay un feedback, si el arte no genera una respuesta fiel... ¿para qué exponerlo? Está claro que su creación tiene un motivo, que es casi tan vital como el respirar, pero... ¿es adecuado que el arte de uno, la visión de un mundo individual, sea juzgado por otros? ¿Se puede hacer, siquiera? ¿Qué es el arte?

Yo respondo: el arte es... tener mucho frío.

martes, 11 de febrero de 2014

Estética - 12/02/2014



Cuando a uno no le gusta una obra de arte, pero la ha comprendido, se siente superior a ella y no ha lugar a la irritación. Mas cuando el disgusto que la obra causa nace de que no se la ha entendido, queda el hoombre como humillado, con una oscura conciencia de su inferioridad que necesita compensar mediante la indignada afirmación de sí mismo frente a la obra.

Hace no mucho tiempo, un amigo me invitó a su casa a ver una película. "Mulholland Drive", de David Lynch, uno de los máximos exponentes del dadaísmo y del surrealismo actual en el cine. Fui advertido: "presta atención a todos los detalles de la película" y "no te asustes que es un poco rara pero está realmente bien" fueron algunos de los consejos que recibí previos a la visualización de la cinta. Sin embargo, nada me podría haber preparado lo suficiente para el despliegue de escenas bizarras que estaba a punto de ver. Después de casi dos horas, me preguntó "¿te ha gustado?". Yo no supe que responder. Sí, la película me parecía bien hecha: las escenas de suspense me pillaron más de una vez con las manos arañando el sofá de pura ansiedad. Pero el meollo de la película se me escapaba. Fue entonces cuando me explicó de qué iba realmente la trama, el secreto oculto tras las cámaras. Y fue entonces cuando abrí los ojos y la vi de una manera totalmente distinta, de modo que en sólo dos minutos pasó de ser a mis ojos una película "curiosa" a prácticamente una obra de arte.

El caso contrario: quedé, tampoco hace mucho , con otro amigo para ver "Yellow Submarine", una de mis peliculas favoritas de todos los tiempos. De apenas una hora y media de duración, es un musical animado basado en una canción del mismo nombre de los Beatles, protagonizada por versiones caricaturizadas de ellos mismos. Con esta película pasaba lo contrario que con Mullholand Drive: el argumento era facilmente entendible, pero había algo más que no se podía explicar. Me desviví intentando que mi amigo, el cual se había pasado la hora y media poniendo caras, comprendiese lo absolutamente genial que era el humor absurdo británico o la cantidad abrumadora de guiños y referencias a hechos y canciones de la época. No sirvió de nada.

Con estos dos hechos, llegué a una conclusión: estamos acostumbrados a que nos lo den todo hecho.  En lugar de intentar comprender el producto, nos indignamos con él. Somos la generación del aquí y ahora... solo que esa generación lleva alargándose desde hace siglos. Sin embargo, ¿justifica eso que, si una obra no es entendible, sea buena de forma automática para algunos pocos? Probablemente... solo que de otra manera. El arte pasa de ser un canalizador de sentimientos, una manera de agradar, a un guiño descomunal a los únicos que pueden captarlo. Es como el tipo que cuenta chistes en las fiestas que sólo él entiende y se niega a explicarlos porque "perderían toda la gracia". Así que para que no se pierda, se la quedan toda para ellos.

¿Son esos tipos proclives a ser acariciados con una silla en un ojo? Muy probablemente. Pero de lo que nos tenemos que dar cuenta es que nosotros podemos ser esos tipos. Para nosotros la solución pasa por callarnos desde un primer momento, pero ¿qué pasa con los artistas? Su doble naturaleza de artista contemporáneo les impulsa a compartir su obra pero, al mismo tiempo, no poder explicarla. Sólo unos pocos lo entenderán, y a estos no les hará falta una explicación. Hagamos, pues, un esfuerzo para intentar comprender. Si lo conseguimos, tendremos todo el derecho para levantarnos y, sonriendo por dentro, marcharnos diciendo "pues vaya mierda".

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Estética - 18--12-13

"Mi mostacho es la envidia de todos los mozos del lugar"

"Cuanto se ha dicho hasta el día de la estética musical está, casi por completo, basado en un sistema falso."

Por 5 puntos, ¡traten de adivinar la nacionalidad de este buen hombre! 

Pero aún así, no nos ensañemos con él... todavía. Veamos qué más dice:

"...a saber: que esta ciencia debe tratar menos de profundizar lo que hay de hermoso en la música en sí propia, que de retratar los sentimientos que despierta en el que escucha."

Lo que Hanslick quiere decir, en castizo, es "dejad de dar por saco con que la música es bonita que eso ya lo habéis dicho cincuenta mil veces." Pone los paradigmas filosóficos griegos como ejemplo, que sólo relacionaban lo bello con las manifestaciones que producía en los individuos. Lo cual hace que me plantee una duda muy seria: si al final los griegos lo dijeron todo tal y como era, ¿qué necesidad había de más filósofos en la era moderna? ¿Es que estos buenos señores no se dan cuenta de que todo lo que pudiesen llegar a pensar en sus vidas un griego, que tenía esclavos que le hicieran todo el curro y no tenía nada más que hacer que filosofar ya habría llegado a la misma conclusión?  

Dejando a un lado la envidia completamente sana que padezca por los ciudadanos griegos antiguos, Hanslick no deja de tener razón. Tira abajo siglos y siglos de pensamiento dedicado a encontrar lo bello en el arte en sí mismo, cuando la respuesta está en el observante o en el oyente. Por ende, por poner un ejemplo, cierta música no es "triste": va destinada a provocar sentimientos de "tristeza". Que parece lo mismo, pero no. Porque poner la etiqueta "triste" a una música solo porque el 40% de la población mundial te diga "suena triste", no es válido. Para ello, debería provocar sentimientos unificadores: y tenemos cierta certeza de que, porque algo sea de una manera tajante para nosotros y para todos los que nos rodean, no significa que esto sea así de manera global.

Sin embargo, como ya se ha dicho, la música "va destinada a provocar algún sentimiento". Eso significa que el compositor, lo más seguro, es que planease qué reacción quería conseguir en el oyente en un punto u otro. Sin embargo, ni siquiera eso es válido para etiquetar la música. Tomemos como ejemplo (lo siento por llevarlo a mi terreno), el género audiovisual. ¿Podemos pensar lo mismo de una pieza concreta, antes y después de verla asociada a la imagen que va acompañada? Entonces la música no es el factor determinante en si misma. Somos nosotros. Nosotros, maldita especie subjetiva, que tendemos a creer que algo es de una manera porque la sentimos así.

Menos mal que vino Hanslick a abrirnos los ojos. Gracias, Hanslick. Tú si que vales. Y además, tu bigote mola.


jueves, 12 de diciembre de 2013

Audiciones 16-12-13


Compuesta en 1938 en respuesta a una carta de Joseph Szigeti y patrocinada por el clarinetista Benny Goodman, que interpreta en esta grabación junto a Bartok, Contrasts es la única pieza camerística de Bartok que incluye un instrumento de viento madera. El título se refiere a los cambios drásticos de tempo y caracter entre los tres movimientos.


El principe de madera es un ballet de un solo acto estrenado en 1914, que aún muestra las influencias wagnerianas y debussianas de Bartok. En el argumento, un principe se enamora de una princesa, pero se interpone entre ellos una hada, que alza un bosque entre los dos. El principe ata su abrigo a un bastón con una corona en la punta, llamandolo el "Principe de la madera", lo cual atrae la atención de la princesa, que baila con la marioneta. El hada dota de vida al Principe de la madera, que se fuga con la princesa, dejando al principe desolado. El hada finalmente se apiada de él y desencanta al principe de la madera, haciendo que los dos amantes se vuelvan a reunir.